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Quién me mandó venir aquí

Crónicas Ruanesas II

Empencemos por el principio como casi todos las grandes obras de la lteratura universal (La Biblio o Memorias de una gallina, por poner dos ejemplos).
El día que llegué a Francia estaba más perdido que un obispo en una orgía (es un decir, pero bueno). Había pasado la noche en un tren bastante incómodo al que había llegado cargado de maletas que no sabía por donde coger y que, por supuesto, no cabían en la miniscula cabina que tenía que compartir con otras tres personas. Así que opté por la opción "miguel plegable" que viene incorporada de fábrica. En ese maravilloso tren nocturno sin Hercules Poirot y sin asesinatos a media noche tuve la ocasión de conocer a un inglés que volvía de España después de haber aprendido a tocar la guitarra flamenca. En efecto, se trataba de una especie de Little Tomato o algo así. La guitarra flamenca no sé cómo la tocaría, pero desde luego ocupar ocupaba un huevo, con lo cual entre él y yo habiámos dejado a los otros dos pasajeros sin espacio. "Estos tios han ocupado todo y encima son ingleses" repetía sin cesar un señor que acababa de llegar. Después de aclararle que el inglés, y por tanto el culpable de todo, era el otro, pareció calmarse y de hecho le debo a ese hombre las indicaciones que me permitieron salir con vida de París. Después de intentar dormir sin éxito y de mantener diversas conversaciones en las que se chapurreaba español, francés o inglés, o todos mezclados, nuestro intrépido protagonista llegó a la estación de París-Austerlitz, destino de todos los trenes procedentes de España y en consecuencia en el culo del mundo. (más bien con una absoluta falta de comunicaciones). Había que tomar una decisión, ir hasta Lyon en taxi o a pie. Evidentemente opté por lo más barato. París es sin duda una ciudad que pierde mucho cuando llevas 40 kilos a cuestas. Y los planitos que te regalan en las oficinas de turismo una puta mierda como pude comprobar. Lo primero de lo que me di cuenta fue de que pese a lo que se indicaba en el plano, Lyon y Austerlitz no estan a una falange de mi dedo índice de distancia. Lo segundo que pude comprobar es que en esos cuadraditos grises que salen en los planos hay en realidad una red bastante tupida de calles y callejuelas. Lo tercero que puede comprobar fue que las maletas no tienen tracción en las dos ruedas, de hecho no la tienen en ninguna. Por ultimo, también pude comprobar que por algún extraño motivo, y pese a mis esfuerzos por comunicarme con la gente en francés, los parisinos tienen la extraña manía de contestarme en inglés (manía que aún conservan), con lo cual empecé a preguntarme si no habría cogido por error el tren para Londres.
En fin, que después de la larga travesía por París y con complejo de caracol (por todos los motivos), logré subirme a un autobús que me llevó hasta la ansiada gare de St. Lazare, origen de todos los trenes que vienen a Normandía y que por aquel entonces significaba poco menos que la Tierra Prometida. En mi primer contacto con la eficacia francesa, que aún hoy me maravilla, las escaleras automáticas no funcionaban.
Una ez en el interiror de St. Lazare y después de pelear a cara de perro con una anciana que me disputaba un ejemplar del 20 minutes (al final tuvo que aceptar negociaciones de paz) me acordé de la madre que me parió y de otras muchas cosas más cuando vi la cola para comprar el billete y los escasos 5 minutos que quedaban para la partida del tren y lo dificil que era entrar a las taquillas con el equipaje. Y es que aún me acuerdo del día que le dije que prefería comprar el billete en París a la señora de SCNF Madrid. Montado finalmente en un ten bastante viejo y sin toda la seguridad de haber acertado, puede relajarme y leer ese periódico que tanto trabajo me había costado conseguir (aún lo conservo como trofeo de guerra). He obviado aquí todas las dificultados que entreña hacer comprender a un parisino la palabra Rouen que te hace pensar que además de ser rematadamente imbécil jamás podrás aprender a pronunciarla, complejo que se disipa una vez que un ruanés te pronuncia el nombre de SU ciudad y te comprende cuando lo dices. Moraleja: ni puto caso cuando un parisino te intente corregir la pronunciación de rouen, porque ellos son los que no saben decirlo.
En fin, que estaba montado en un tren camino de Normandía, aun impresionado por la calidad de las féminas indígenas y medio deshidratado por el trabajo titánico de cargar con todas mis posesiones. Sí, he dicho relajado. Todo lo relajado que se puede estar cuando no has podido guardar tu equipaje en el maletero del tren porque una señora africana con 20 o 30 crios y un pañuelo de colores en la cabeza lo ha llenado (no es nada contra las señoras africanas, que por lo general son muy simpáticas y tienen un acento muy gracioso, sólo contra ESA señora africana)Así que ibamos en ese teen yo y mis maletas dispersas por donde buenamente pude, vigilado cada uno de los tres bultos con cada uno de mis ojos, a la par que leía el 20 minutos e intentaba recuperar el pulso con unas galletas de chcocolate que por algún motivo que desconozco eran dietéticas, gracias a las cuales creo que conservo la esbelta línea que conservo en este país.
En ese mismo tren me sentí por primera vez extranjero. Detenidos en una parada de un pueblucho normando de mala muerte donde evidentemente ni se bajaba ni se subia nadie, abiertas las compuertas de ese insigne ejemplar de la tecnología ferroviaria francesa en el que iba montado, una niña que pasaba por el andén, de anuncio por otra parte la niña, se me quedo mirando fijamente (sí, a ese español demacrado y asustado que no dejaba de contorsionarse para mantener a la vista todo su equipaje) y empezó, la muy jodía, a descojonarse de un servidor, insistiendo a su madre para que presenciara el espectáculo también. En fin, por aquel entonces no sabía lo especialmente vándalos y cabrones que son los niños franceses, sobre todo cuando tienen de 2 a 10 años.
Así que con la moral por los suelos después del episodio de la niña, al borde de la inahición, con armas y bagajes a cuestasy sin apenas haber dormido, llegué a rouen RD (el otro día me di cuenta de que signifa Rive Droite, ya veis). Bajando, o casi callendo del tren, tardé bastantes mintos en encontrar la salida de la maldita estación, pero finalemnte conseguí ver la luz del sol en la ciudad que sería mi hogar los próximos 9 meses. Es entonces cuando ni espíritu olímpico ni hostias...te preguntas con terror ¿y ahora qué?. Todo eso sin contar que llegaba dos horas después de lo previsto y que alguien se pasó por el forro mi petición de no ser llamado al movil una vez estuviera en Francia.
En fin, que como tenía que llegar a algo que se llama Mont-Saint-Aignan, que por aquel entonces no sabía lo que era, me encaminé a la primera estación de bus que vi y le pregunté a una francesa que estaba allí esperando simplemente porque estaba buena. No tenía mi puta idea, pero la hice caso por el mismo motivo por el que la había preguntado y porque no tenía ninguna fuente de información más.

En el próximo episodio, mi pri mer dcontacto con la apacible villa de Mont-Saint-Aignan y mis primeros trámites burocráticos.

3 comentarios

Fotius -

Ciertamente, es más entretenido preguntar por una calle a una buenorris, pero mucho más eficaz dirigirse a una persona de avanzada edad (un viejo, vamos). En mi opinión lo ideal es combinar ambos métodos.

Anónimo -

Es raro como las mismas circunstancias hagan que personas y lugares diferentes se parezcan mucho, de manera algo preocupante... Tu cuento me acuerda de un dia bastante frio en que llegué en Madrid, después de haber dejado buena parte de mis recursos monetarios a una senorita de la compania Iberia, que me explicaba muy amablemente que los maletones que llevaba conmigo estaban demasiado cargados para subirlas al avion... Y eso solo era el comienzo.

Olga -

Pero no digas sólo "estaba buena", ¡queremos una descripción! XDDD ¿Lo de Rive Droite qué significa?

Otra cosa... ¡tú no estás para perder más kilos! Habrá que verte... "el caballero de la triste figura" XDDD