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Quién me mandó venir aquí

Del solar hispánico III

He descubierto que el invierno normando es un auténtico tratado sobre la alteridad. Ante estos cielos tan llenos de nubes que uno llega a comprender el miedo de Asterix a que se le viniesen encima de la cabeza el pequeño hijo de la espartana meseta ibérica queda asombrado y diríase que acongojado. Ante estos árboles, firmes como soldados de otros tiempos, a los que parece que un viento rabioso haya arrancado las hojas en una tarde de furia, el pequeño hijo de la espalda tostada de Castilla no deja de sentir asombro y diríase que pavor. Se le antoja a uno que esta sea la tierra donde dioses y gigantes dirimieron cuál era la verdad del mundo. Es la anomalía de ser de otro sitio, de ser el otro, de ser otro en definitiva. Pero nuestro otro no puede ser jamás otro más. Y he aquí, que mi lengua no es aquella en la que vivo, ni mi techo el que veo desde mi cama ni mi cama aquella sobre la que duermo. Es ese el equipaje común a todos los viajeros. Hèlas, estar donde no somos y lo que somos es otro es estar de paso, por eso hemos de comprender que nunca previviremos en aquellos mundos a los que no pertenecemos. La gran cuestión es encontrar esa tierra prometida donde lo nuestro sea nuestro y nosotros seamos nosotros.
...Y qué obvio y absurdo resulta decir todo esto, que nada tiene que ver con Normandía, ni con los viajes ni, quizá, con nada.

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