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Quién me mandó venir aquí

Estamos de vuelta.

Lo primero de todo: Pedir disculpas por el tiempo de silencio que ha pasado desde mi último post.
Lo segundo: Explicar los motivos de dicho silencio en la medida en la yo mismo los comprendo.
Creo que necesitaba airear mis ideas, contemplar en silencio para aprender algo de aquello que no solemos oir porque nuestra voz suena más alto.
Todo ha cambiado, mi entorno habitual ha cambiado considerablemente y, la verdad, tampoco se me ocurría qué decir. Una fuga solitaria a París (en realidad vivo a poco más de una hora del centro de París) en la que aprendí todo lo que se puede ver en una gran y desconocida ciudad cuando ninguna voz familiar te distrae.
Una visita a Estrasburgo, esta vez acompañado por gente de casi toda Europa, en la que aprendí que Babel más que un castigo fue una bendición. Ah, y una ciudad realmente interesante.
Un triste aniversario en el que no estuve presente y en el que descubrí lo lejos que puede quedar todo cuando se está lejos, lejos también de la televisión, de los medios, de casa y de uno mismo.
Finalmente un buzón de correo a rebosar que me enseñó que conviene revisarlo al menos una vez por semana.
Y este torpe texto como colofón.
Prometo poner las cosas en orden, incluídas mis ideas.

1 comentario

Alkarrian -

Alejado un tanto yo también de la vorágine del absurdo devenir de la historia, me pierdo en la contemplación de la nada. Y hace ya más de un mes que no me acerco a mirar el mar.(Me lo tapan las casas). ¿Seguirá ahí?

Yo tampoco estuve en la conmemoración de aquel horror. Me levanté tarde, otro día gris (y ya van más de 10 seguidos), encendí la Tele con un café caliente en la mano y vi a una panda de imbéciles hipócritas de traje oscuro con la mirada perdida pensando en cuanquier idiotez (sí es que piensan, que lo dudo), mientras una chica tocaba (bastante mal, por cierto) una melodía de Pau Casalls, a un ridículo montículo de cipreses de invernadero coronado por una decaída bandera rojigualda a media hasta.

Vi también el beso de judas de un tiránico reyezuelo moro a un senil rey del desunido reino republicano de las españas. Vi a un Zapatero imbecil que no se porqué sonreía (supongo que ya no sabe ni donde está, pero él ante la duda siempre sonrríe. Será la pastillita de talante que le hecha Sonsoles por las mañanas en el café). No vi a Aznar, ni a Bush ni a Bin Laden.

Ojalá alguien hubiera puesto una bomba en ese instante allí, pensé.