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Quién me mandó venir aquí

Cosas de estos tiempos

Algo así dijo un begardo postmoderno (y en ocasiones nietzschiano, evidentemente) una tarde que anochecía entre campos de amapolas blancas. Allá va:

Fui resquebrajado por la locura cuando alcancé, por sorpresa, el lugar al que me dirigía...siempre supe que lo que más temía era a mí mismo, pero jamás imaginé semejante monstruo, jamás lo vi tan de cerca.
Me llaman las montañas, de nuevo, el fatuo silencio, el amargo dormir aferrado a una pared, último refugio de lo que carece de asideros, la caída libre, el centro descentrado...la inmensa vaguedad de la mirada, la futilidad del pensamiento. Allí, las águilas altivas o las liebres huidizas, la cobarde lagartija y el más temible de los cazadores hablan en un mismo idioma, arcano, prístino, inmemorial....escucharlo es emular el destino de Sémele.
Ahora comprendo que jamás podré volver a hablar con los hombres hasta que no aprenda a hablar con la bestia que me lleva, o quizá la bestia sea el otro...mas ¡qué imposible se me antoja la belleza, casi absurda!
Su gemido se retorcía entre los copos de nieve que caían, en el pueblo, los hombres sintieron miedo, en las montañas, las alimañas sintieron miedo, en el cielo, los dioses sintieron miedo, pero en las profundidades, en las grietas de las rocas guarecidas por imaginarios guerreros, los nocturnos gritaron de alborozo, pues uno de sus hijos regresaba...si vítores inundaron las cavernas ,atenazaron el corazón de la tierra y nadie comprendió entonces sus verdaderos aullidos de dolor.
Si Buda se sentó bajo una higuera fue porque aún no se había recuperado de la anterior noche de mediocridad y frivolidad...genial la mediocridad que ilumina a los mortales. Pero en todo caso desconfiad de los hombres que han tenido problemas con el alcohol.
Sabía Nietzsche lo que decía, pero no lo que quería decir, pues su pathos era más poderoso que su castigada mente...y su dios más inmortal, eso fue lo que nunca pudo soportar, soportarse.
Se empeñó en matarlo, pero inútilmente mató dioses ajenos, ese fue su gran error, preocuparse de los dioses de otros, o de los dioses de su padre. A veces veo en él un alma gemela, un padre espiritual, otras sólo un ser patético y asustado que se infla para parecer más poderoso de lo que realmente es, entonces me doy cuenta de que en verdad nos parecemos.
¿Dónde están todos? Ni una llamada, ni un correo, nada más que un mensaje tempranero y poco inteligible...¿no eras tú el que se había decidido a desligarse de los hombres?¡COBARDE!
Realmente no sé si soy un cobarde o un romántico sin remisión, en todo caso sé que no conviene ponerles cerco, pues de ellos siempre permanece el arrepentimiento, frío y desnudo.

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